A lo largo de mi vida he mudado de ciudad en más de una ocasión.
La primera vez me fui de intercambio a Taiwán por 10 meses; en la segunda, me fui de voluntaria a Tehuacán, Puebla ¿5? meses; en la cuarta a Guadalupe, Nuevo León por 2 meses; en la siguiente, vendí muebles, empaqué mi vida en dos maletas, le dije adiós al que fue mi hogar por casi 7 años e intenté mudarme al extranjero. No contaba con que la vida tenía otros planes, llegó la pandemia y tuve que regresar a México.
Pero hay una cosa que todos esos cambios han tenido en común: los primeros tres meses son los más duros.
Y a tres meses de haberme mudado oficialmente a Finlandia, lo compruebo una vez más. Esta última mudanza vino con más emoción porque implicaba un cambio más radical y ahora sí, “definitivo”. Sin embargo, a pesar de la emoción y de no ser la primera vez que vivo por estos rumbos, adaptarme me costó más de lo que me imaginé.
Supongo es que parte del duelo; dejar a mis amigas, a gran parte de mi familia, mi cuarto (gracias tía Ana por darme asilo), la vida que construí estos últimos dos años y el saber que esa etapa que siempre consideré transicional, estaba llegando a su fin.
Si bien esperaba la nostalgia, no creí sentir tanta resistencia. Finlandia y yo tenemos historia y a pesar de tener muchos puntos a su favor que hacen que la quiera mucho, también tiene muchos otros que hacen que sueñe con vivir aquí sólo por temporadas.
Cuando llegué, estaba muy feliz de por fin estar en el mismo país de mi ahora esposo y de mi familia, pero dentro de la inmensa felicidad, también sentía cierta tristeza y miedo por todo lo que tenía por delante: los trámites que implica la migración; la adaptación a un nuevo entorno, a nuevas personas, tener que hacer nuevas amistades, construir nuevas redes; el frío y la oscuridad y el idioma.
El miedo de no adaptarme, la frustración por no entender, volver a empezar. Y repito, a pesar de ser una decisión anhelada, esa resistencia me hacía ver lo más difícil, aunque ya sabía desde un principio en lo que me metía.
Ya habiendo cumplido los tres meses, puedo notar la diferencia. Mucho tiene que ver que los trámites han avanzado más rápido de lo que esperaba y siento que me he puesto pilas para conseguir clases y tener un poco más de actividades (clave para el invierno que se acerca); además noto que vuelve la actitud positiva y la esperanza de lograr mis metas a pesar de estar en terrenos todavía desconocidos.
Todavía hay un largo camino por recorrer para terminar de sentir Tampere como mi nuevo hogar; a veces con miedo, a veces con emoción, pero siempre teniendo en cuenta que “change is scary, but so is staying the same.“
Mi invitación este domingo es a que analices tu presente y veas si hay algún cambio por ahí que has tenido muchas ganas de hacer, pero que por miedo o resistencia, no has perseguido. No siempre es fácil, pero tampoco es imposible.
Go for it, la vida es de los aventados 💕
Un abrazo a distancia,
La Saralicia

Leave a reply to Sara Jiménez Cancel reply