El deber y el querer son cosas muy distintas. ¿Cuántas veces has hecho algo porque sientes que “debes” hacerlo y no porque realmente quieres hacerlo?

A mí me pasó este otoño-invierno.

Me mudé a Finlandia sabiendo que habría retos de por medio: el idioma, los trámites, el trabajo, etc. Y si bien en un principio me sentía muy tranquila porque ya me lo esperaba, de repente algo me picó y me entró esta urgencia por “hacer” y “lograr”. ¿Qué? No sé.

Sentía esta presión enorme por empezar mis clases, por conseguir un trabajo en mi área aquí, por existir en el sistema y sentir que tenía todo resuelto.

Me sorprendió bastante porque al principio estaba súper consciente de que las cosas tomarían tiempo, que pasarían algunos meses antes de que todo cobrara forma; también estaba al borde del burnout, así que el cambio de aires se veía hasta necesario. Pero esta aparente tranquilidad se fue por la borda un día y no me dejó disfrutar de la calma de esta nueva etapa.

Inicié con clases de finlandés, pero no lo sentía suficiente. Sentía que debía “aprovechar” el tiempo, buscar trabajo aquí, retomar cursos en línea, ser emprendedora, hacerme blogger, grabar contenido y tener un negocio remoto; sentía que tenía que tener todas las respuestas, y alcanzar una y mil cosas para las que ni siquiera tenía el espacio mental, pero una voz me decía que tenía que ser “productiva“, como si el mudarme a un nuevo país con todo tan distinto para formar un nuevo hogar no fuera suficiente, jaja.

También por eso dejé de escribir. Sentí una presión enorme por “hacer” y ni siquiera tenía claridad.

Me dio coraje sentirme tan frustrada, sobre todo porque sabía que era mi culpa por caer en esta autoexigencia. ¿Quién me estaba pidiendo todo esto? ¡Nadie! Absolutamente nadie me estaba presionando, yo sola me estaba haciendo la vida más difícil.

Hasta que un día cansada de sentirme estancada y pensar en qué más hacer, me dije “Y si no quiero, ¿qué pasa?”. Porque realmente todo eso que me tenía atormentada ¡ni lo quería! jaja, sólo sentí que tenía que “aprovechar” el tiempo. Como si fuera manda el estar haciendo algo todo el tiempo.

Así que me di permiso de hacer nada.

Ya había terminado mi curso, empezaba el año y literalmente era un nuevo comienzo. Tres meses me tomó darme este permiso de disfrutar la calma. Después de un año tan ajetreado y de tantos cambios en muchos niveles, ¿cuándo iba a volver a tener esta oportunidad de descansar y solo esperar? Porque si hay algo que esta mudanza ha requerido es paciencia y si bien la tengo para la fotografía, para la vida no tanto, jeje.

Me gana la impaciencia. Sin embargo aquí estoy: pausando y dejando que las cosas fluyan.

¿Y sabes qué es lo más curioso? En cuanto me di permiso de pausar, todo se empezó a mover. Llegaron respuestas, buenas noticia, nuevas oportunidades, nuevos retos, nuevas posibilidades.

Y aunque pausar del todo no siempre es una posibilidad, qué importante es dejar de perseguir cosas que tal vez ni quieres, sólo porque crees que es lo que “debes” querer.

Si algún día sientes que la vida te persigue porque “tienes que hacer” cualquier cosa, deseo que te puedas dar permiso de pausar y preguntarte si es lo que realmente quieres. Si te falta claridad para el siguiente paso, date permiso de no saber qué hacer a cada momento. Las respuestas van a llegar, siempre llegan.

Sé que easier said than done y que no siempre se puede, pero bueno, aquí nos encanta pensar que el universo escucha y cumple deseos ✨

con mucho amor y buenas vibras de año nuevo,

La Saralicia